Pere de Ribot. Paisajes. (2002)

 

Los paisajes de Pere de Ribot son algo más que paisajes. Si se miran solamente alguno de ellos, aisladamente, se podría malinterpretar su sentido. Podría parecer que el pintor se limita a reivindicar el paisaje como género artístico o la representación figurativa en pintura. En  realidad, no son paisajes pintados del natural, sino paisajes imaginados o recordados, por el artista, y su sentido sólo se puede comprender si se contemplan en un conjunto, como una secuencia temporal o, mejor, como una serie que permite variaciones y diálogos pictóricos que oscilan entre lo objetivo y lo subjetivo.

Considerados de este modo, estos cuadros se pueden ver como paisajes, pero también como objetos mentales y pictóricos. El énfasis en la pintura, en el medio de representación y de expresión, hace que el motivo aparezca como pintura l que la materia pictórica aparezca como motivo. Sin embargo, el paisaje está ahí y es significativo. Podrían ser paisajes del Empordà o de Castilla o de otros países. De observa en ellos una cierta ordenación humana de la naturaleza y en algunos hay elementos como postes de telé ¡fono o casas lejanas. Pero sobretodo, son paisajes arquetípicos, protagonizados por el horizonte donde hay árboles y campos de color, zonas donde el color se extiende libremente, sin servidumbres realistas. El horizonte, como límite, también evoca lo que está más allá de ese límite, y el cielo y la tierra dialogan  y se funden mediante el color.

El artista juega con la perspectiva para lograr que las montañas del fondo parezcan acercarse, para hacer de lo lejano algo cercano. Y a menudo las frondas de los árboles cercanos se prestan no como un volumen, sino como un vacío o una borradura, sugiriendo profundidades irreales y una dimensión temporal. Pero el diálogo más importante es tal vez el que tiene lugar entre el tema y las variaciones, entre una cierta permanencia o fijeza     que expresan las composiciones estructuradas por el horizonte y, por otra parte, las nociones de temporalidad, cambio y fugacidad que expresan las texturas  discontinuas, los desbordamientos cromáticos y las formas borradizas. Las variaciones sobre un tema permiten insistir en la dimensión temporal, pero también intensifican la subjetividad de las otras y, desde ésta, afirman la posibilidad de encontrar en lo mismo o parecido lo distinto.

Si se consideran estas obras recientes en la relación con la obra pictórica anterior de Pere de Ribot, se puede observar una trayectoria coherente que se inicia con cuadros de arquitecturas –primero cerradas, luego abiertas-, de temas arqueológicos, de rizomas –tallos subterráneos, como raíces-, hasta estos paisajes con árboles y horizonte. El sentido de esta trayectoria que empezó ante muros y ahora se sitúa ante horizontes, va desde lo cerrado a lo abierto, y cromáticamente desde lo gris al carmesí, los naranjas, rojos y celestes. En esta salida al exterior –éste es el significado etimológico de la palabra existir y éxito-, han estado siempre presentes y relacionadas las nociones de tiempo y de origen. Del hecho de estar en el tiempo parece haber surgido el deseo de dar forma al origen, a lo que da nueva vida y a lo salvado del tiempo, el deseo de encontrar en lo mismo lo dimo lo distinto, y de encontrar la realidad objetiva una visión ya propia y subjetiva, que permita, en un mundo temporal, recrear y originar también mediante la pintura.

Juan Bufill