El gato que pinta (1990)

 

En cuanto a Pere de Ribot.

Usted tiene toda la razón de preguntármelo.
Es esencialmente un asunto de punto de vista.

No ignoro cuan meritorio es leer el prólogo de un catálogo de una exposición así que intentaré con la precaviedad y la reserva habitual que conozcan hasta mis enemigos, de no empachar al lector con teorías nebulosas. Renunciaré también a regodearme en la explotación excesiva de argumentos rebuscados, limitándome exclusivamente y con rigor a los aspectos del trabajo del artista:

La manera de tratar la perspectiva y la manera (aunque más restrictiva) de tratar el color.

Patrimonios de un hecho raro, de cualquier ángulo donde nos situamos esta obra implica, de un tema al otro, un desplazamiento continuo del ojo del observador en el espacio. A partir de esta consideración evidente emitiré unas cuantas hipótesis que se someterán a su experimentación tarde o temprano.

De tres cosas una.
Esta pintura es del orden de la imaginación y Pere de Ribot sería solo un especialista de las visiones del espíritu, con una técnica un tanto moderna, por su obra tendría que catalogarse con las de Hubert Robert, de Piranèse y otros arquitectos de ruinas, príncipes de tinieblas, provocadores de trastornos del nervio óptico.

O mejor aun, nuestro artista con gafas de solador, tumbado encima de un armario, aplastado en el suelo, en equilibrio sobre una cornisa, trata con este mismo tema el arte de la reduta en unas circunstancias precarias tales como les describimos anteriormente.

Idea que complace pero con toda evidencia queda a fin de cuentas poco factible.

Cuando por fin, de Ribot (es otra eventualidad) no es exactamente un pintor.
“Sino un gato que pinta” y sus cuadros no son nada menos que la retranscripción de las imágenes percibidas por la retina de un gato que se pasea.
Esta interpretación, de antemano atrevida, explica de una manera sentata el desplazamiento del punto de vista que se ejerce en el plano vertical, plano donde, lo sabemos todos, los felinos se desplazan con facilidad.

Y nadie ignora que el gato ve en blanco y negro.

Si hace falta argumentar más esta demostración, todos los que han tenido el gusto de conocer al artista habrán observado sus maneras cautelosas y distinguidas propias del clero y de los cartujos.

Lo que corrobora mi tesis, pues un cura que salta y pinta “eso no existe.

 

Jean- Pierre Guillemot