(2023) Mercè Vila Rigat
«Vi cuatro ángeles de pie en los cuatro ángulos de la tierra, que retenían los cuatro vientos para que no soplaran sobre la tierra ni sobre el mar ni sobre ningún árbol.»
Apocalipsis 7.1
A través del lenguaje profético y simbólico del Apocalipsis podemos crear, en nuestra mente, imágenes tan ricas como la de cuatro ángeles de pie, en los cuatro ángulos de la tierra, deteniendo los vientos para que todo quede en calma y armonía. Pero esta visión plácida está cargada de tensión: ¿Hasta cuándo durará esta paz? ¿Podrán los ángeles retener los cuatro vientos eternamente? Parece evidente que este presente es finito y que en algún momento los vientos se rebelarán y soplarán de nuevo sobre la tierra y sobre el mar y sobre los árboles, y la tregua silenciosa dará paso a la agitación, al nervio y al trueno.
En los cuadros de Pere de Ribot, ocurre algo parecido: flanqueando los ángulos de la superficie pictórica, cuatro ángeles retienen los vientos para que no soplen sobre la tierra ni sobre el mar ni sobre ningún árbol pintado. Esto genera una pintura de paisaje suspendida en el tiempo, que se alargará los segundos, minutos o días que los ángeles puedan encarcelar a los vientos. El pintor ha decidido capturar el momento preciso antes de que la calma desaparezca y, por eso, contemplar un paisaje de Pere de Ribot nos permite ubicarnos en un lugar seguro y, al mismo tiempo, conectar con la parte más confortable de nosotros mismos, allí donde nos sintamos libres de amenazas, angustias y sufrimiento. La pintura se convierte en un espacio al abrigo, un escenario delimitado donde detenernos con la certeza de que nada nos asaltará.
Si nos alejamos del lenguaje pictórico, ¿podemos llegar a pisar los paisajes que inspiran los cuadros de Pere de Ribot? ¿Existe, más allá del espejismo apocalíptico, un pedazo de tierra que nos resguarde? La respuesta es dolorosa: estos espejismos no existen más allá de la pintura. El artista, para pintarlos, no se ha inspirado en ningún pedazo de tierra, no ha partido de una postal y tampoco ha escogido un bosque ubicado en un mapa. Pere de Ribot ha creado, interiormente, su idea de paisaje ideal y ha aprendido a pintarlo, incansablemente. Para cada nueva versión de su paisaje sublime escoge una paleta de colores, donde a menudo dominan los suelos, aunque cuando el artista atraviesa un momento de gozo y plenitud, aparecen los verdes, los morados o los naranjas, también los azules marinos o los rojos de coral – inspirados en las últimas series que se sumergían en las profundidades del océano. También varían los tipos de espacios, que pueden ser abiertos, anchos y cargados de aire; o más pequeños, cercanos y llenos de vegetación. Incluso, en contadas ocasiones, se asoma la idea de un jardín –una idea incipiente, semilla de futuras obras.
Cohabitando estos paisajes, y sin que aparezca explícitamente, identificamos la presencia del ser humano –en la disposición ordenada de los árboles, en el cultivo de los terrenos–, una humanidad que convive y respeta el escenario y forma parte de ello como lo hacen las rocas o las hojas. Esta presencia, camuflada entre los árboles, no la vemos ni la sentimos porque ha entendido que, mientras los ángeles vigilen desde los ángulos de la tela, su voz debe permanecer muda, no puede molestar. Lo mismo ocurre con las voces no humanas de las rocas, de los árboles o del agua, que han aprendido a comunicarse con sonidos indescifrables pero también a callar, a callar la mayor parte del tiempo.
Sólo así, sumergidos en este silencio visual, nosotros, el público, conseguiremos hablar con nosotros mismos sin interferencias y entonces, por más que vuelvan a soplar los vientos maliciosos, sabremos acurrucarnos, dejarlos pasar y seguir en nuestro sitio.
Mercè Vila Rigat.
Historiadora del arte
25 de mayo de 2023