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Pere de Ribot. Hacia un nuevo horizonte de símbolos. (1992)

 

“Ha sonado la hora de partir, la pureza del espejo se reestablecerá, sin el personaje, - visión mía -, pero el llevará la luz y la noche. Sobre los espejos vacantes el sueño ha agonizado en esta redoma de vidrio que encierra la sustancia de la nada.” (S. Mallarmé).

Cuando hace ya tiempo tuve la ocasión de contemplar por primera vez la pintura de Pere de Ribot, no pude por menos de sorprendeme y emocionarme. Y hoy todavía, a pesar del tiempo transcurrido, sigue resonando de forma indeleble el eco de aquella primera impresión. Su voz, lejos de agotarse a seguido retomando nuevas melodías misteriosas que confluyen entre si, para proponer otros tantos mensajes secretos que aún por descifrar. Su pintura, a pesar de haber sido sometida a una constante transformación, sigue guardando su misma verdad. Por ello, no resulta desacertado recordar acerca ahora algo de lo que por entonces pude escribir acerca de su trabajo: “Pere de Ribot siente la necesidad de proseguir un largo camino que reconquiste los sedimentos arcaicos y primigenios que nutren a la cultura y al mismo ser: Una apuesta sin duda, por un mundo en el que lo antropológico parece insistir en borrarse como “un rostro de arena en los limites del mar” 1.
En el duro ascenso hasta la idea inviolable, donde el arte puede tomar su propia consistencia, este pintor busca la síntesis entre el emblema y su entorno. Para ello nada mejor que la revalorización misma del espacio arquitectónico, tanto en su dimensión geométrica como en su condición más sutil de ambiente y atmósfera. Se trata así de una propuesta sintética y compositiva que permite la coexistencia entre extremos insólitos e, incluso, contrapuestos: La inmensidad del espacio y la brevedad limitada del objeto el signo y su horizonte anónimo, la eternidad del tiempo y la instantaneidad de una forma simplemente indicada. Y cuando en esta tensión comenzamos a tomar conciencia de la irreductibilidad de la palabra que se asoma, comprendemos lo que se pretende; la instauración de un símbolo en la que el pintor no ejerce ya de simple autor material sino de mago y adivino:

“La multitud entera se eclipsaba en el emblema espiritual magnificando la escena: dispensador del éxtasis solo con la imparcialidad de una cosa elemental, el gas en las alturas de la sala continuaba un ruido luminoso de expectativa” 2

A fuerza de ser sinceros, hemos de reconocer que hoy, lo mismo que ayer, sigue presente ese fondo enigmático sobre el que se levanta todo el universo de Pere de Ribot. Todavía fluye de manera vertiginosa ese impensado que, como horizonte y limite, siempre va retrocediendo, y que hace cristalizar de forma portentosa un inequívoco sentido en cada uno de sus cuadros: Una huella que reposa olvidada en el país yermo, un jeroglífico que permanece sin descifrar, un emisario que no se sabe qué instancia primordial. Todo ello se enhebra metafóricamente dejando vislumbrar perspectivas sorprendentes ante una mirada hipertrofiada. De aquí, una instancia enigmática donde comienza a escucharse la voz del silencio, y en la que se perfila un cúmulo de objetos inquisidores de una densidad abrumadora y una sublime ingravidez.
Eternidad, que no instante evanescente, e infinitud refractaria a todo intento de limitación espacio-tempral. Una incontenible galería de formas que ni representan las incontroladas fuerzas originarias de la naturaleza ni se mistifican gratuitamente como un fruto prometedor de abundancias. Antes bien, se trata de asomarse a una instancia de cumplimiento en la que palabras, evocaciones y recuerdos de un mundo como tensión perpetua surgen desde su ocaso hasta arribar a los márgenes de su renacimiento. El mundo de Pere de Ribot forma ya parte de la historia. Sus símbolos místicos no tienen ni presente, ni pasado, ni futuro. Son eternos y, sin embargo, persisten con el tiempo mismo que les constituye como enigma perdurable. Es una reflexión que se aproxima cada vez más a su clímax para renovar en el la energía circular del eterno retorno.
Eros, deseo. He aquí lo que siempre a purificado la obra de arte, y que, en este caso, es también el ingrediente cristalizador que da forma a lo que un principio había parecido renunciar a ella. Eros que se erige en destino, que envuelve el proceso y que reclama su realización. Por ello, precisamente, todo apunta hacia un acto de afirmación viva como poder de existir y de hacer existir3 VID. Hay un movimiento en altura y profundidad que traspasa esta pintura para desembocar que por ser fundamento es a la vez, el margen sagrado desde donde la palabra puede ser dicha con verdad:

“Lo que en el inconsciente es susceptible de hablar remite a un fondo no simbolizable: al deseo como deseo. Este es el límite que el inconsciente impone a toda transcripción lingüística que se pretenda.” 4

La imposición del signo nos catapulta hacia el deseo, y este acaba revistiéndose con un nuevo y profundo sentido, antes ignorado, en cuanto que es alusión y recuerdo de una actitud profética. El poeta queda dentro de las redes de su prisión cósmica, e inicia una imparable búsqueda de una palabra distinta, con una actitud entre reverencial y de espera. “Deseo” parece tener su procedencia etimológica “de–sirerare”. Indica la inquietud del augur por el silencio de los astros pero es, sin embargo, en virtud de la soledad del silencio como puede darse la revelación en el temblor de la duda, y en el sosiego de la noche. Los dioses se han alejado, han abandonado al hombre en su estado de indefensión, y este tiene que renunciar a la vacua pretensión de ser “medida de todas las cosas.” El universo entero parece haber fracasado, pero en ese  mismo instante, cuando lo humano se diluye en una “descompresión de ser”, y la más atroz comienza a patentizarse es, entonces, cuando en la mística soledad suena por fin la profecía. ¿Qué, si no, se oculta tras esta “arqueología hierática” de la pura objetualidad, del proyecto arquitectónico, y del juego de los signos? Pere de Ribot, en medio de sus “icones symbolicae” es casi como un nuevo fausto que logra transitar desde la visión intuitiva hasta lograr “la unidad de la significación mística y el efecto mágico”5, para poder exclamar, como en el drama:

¡Como se combina todo en el Todo!
¡Lo uno en lo otro actúa y vive!
¡Como suben y bajan las fuerzas celestes…
Como bajan del cielo a la tierra
Y hacen que todo resuene harmónicamente… “6

Un universo inagotable de lejanías y proximidades vienen entonces a convivir en su mutua tensión. Nuestro pintor es consciente de este imperativo. Lo arcano se trastueca en habituar, mientras que lo más familiar se torna extraño, rehusando cualquier intento de manejo utilitario.  Es el cumplimiento de un pensar sublime que accede a manifestarse en la imagen: Purificar el objeto y la entidad geométrica, para reinstaurar, en fin, fuera de cualquier perspectiva caduca y evanescente la divina proporcionalidad del ser en su originario sitial, intentando, a la vez, que el habla alcanza nuevamente su primitivo horizonte:

Lo que solo tras una infinidad de años
la razón aventajada ha logrado averiguar,
- el símbolo de lo bello y lo sublime-
ya le había sido revelado al entendimiento
juvenil.
Antes de que el espíritu del pensador
 contemplara el osado concepto del espacio
eterno,
¿quién levanto sus ojos hacia el firmamento
sin presentirlo intuitivamente…?
Schiller, Die Küntsler

 

José Luis Arce Carrascoso

Catedrático de Filosofía
Universidad de Barcelona

1 “Pere de Ribot, o la pintura como arqueología” Barcelona, 1990
2 Mallarmé, S. , Obra poética, vol. II, pág. 37.
3 Ricoeur, P. , Historie et vérité, Paris, 1964, pág. 354.
4 Ricoeur, P. , De l’interpretation. Essai sur Freíd, Paris, 1965, pág. 419.
5 Gombrich, M.H. , Imágenes simbólicas, Madrid, 1990, pág. 273.
6 Goethe, Faust, partes I y II. Edited by L. Mc. Neice, London, 1965, pág. 22.